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Mis errores horneados y lecciones de vida: cómo mis aventuras en la cocina me enseñaron a relajarme y disfrutar el viaje como sea

Mis errores horneados y lecciones de vida: cómo mis aventuras en la cocina me enseñaron a relajarme y disfrutar el viaje como sea

¡Permíteme contarte sobre mi viaje curioso hacia el mundo de la repostería! Pero te adelanto, no soy buena aún con ello… y no es de todo lo que intento siquiera hornear. La verdad creo que le agarré el gusto y un tanto de estilo a ciertos panecitos: scones y cupcakes.

Hoy día cuando me pega la onda de irme a hornear me involucro bastante con una serie, a veces divertida, de explosiones de harina, de bordes pasados de tostados y algunas lágrimas por la piel quemada casi dejada en el metal y parrilas del horno. Pero bueno, en medio de ese delicioso caos, suelo aprovechar el tiempo para la pensadera, y me topé con alguna que otra lección, no se si decir de vida, pero muchas buenas lecciones. Tuve temporadas un par de años atras que esto de hornear pareció ser lo unicó que por un buen tiempo me las convirtió en épicas que terminaron haciéndome apreciar mucho más todo el asunto de la vida.

Gracias a la cocina, recordar a las mujeres en mi familia ha sido siempre un grato instante.

Primero que nada, déjame enfocar la paciencia, que ahí en la cocina se convirtió en mi segundo nombre. Porque de lenta, cariño, llámame. Aunado a ello, tener que esperar a que la masa suba es como ver que mi cuenta bancaria gane interéses, excepto que tte pega la hambruna y por suerte algún mezcla deliciosa meto en el horno. Ni modo, me enseñó a detenerme un momento, reducir el ritmo de muchas cosas que hasta a ratos aún me abruman y disfrutar el proceso. Porque es cierto, la vida no se trata sólo del resultado final: se trata de saborear cada paso del viaje, y vaya que hablo de viajes! incluso si eso significa tener que resistir la tentación de andar echando vistazos al horno cada cinco segundos. Porque quiero ver si la cantidad de polvo de hornear o levadura finalmente surtió efecto.

Y hablemos de uno de mis temas preferidos: la creatividad, ¿te parece? Hornear terminé también creyendo que no se trata sólo de seguir recetas exactamente; es al contrario, muchas veces, dar rienda suelta a esa mentecita loquita, curiosa, activa, deseosa, que llevas dentro cuando estás en la cocina. Dime tú, ¿quién dice que no puedo agregar ralladuras de zanahoria a una torta de avena o espolvorear cocoa powder encima de mis scones? Claro que sí! La cocina es mi lugar de receso más sabroso. ¡y dígame si lo que invento lo acompaño con café o leche caliente. Me convierto en una génia total!

Y metiéndole a lo de la resiliencia… ¡Dios mío, aprendí un par de cosillas que hasta me activé en registrar (osea, tomar notas) de aquellos experimentos horneados para compartir en mi blog en mi sección de ique “Recetas”! ¿Que si me saben rico las cosas quemadas? Tú sabes que muy raro te comes algo quemado. Guacala! Hornear me ha venido enseñando no tanto sobre mis capacidades, y de mis errores, sino de tomarme un momento y reescuchar a aquellas personas con quienes he tenido gratas conversaciones y encontrar en ese instante nuevas enseñanzas y maneras de comprenderles.

Ahí preparaba una mezcla de harina de almendras, hazelnut, trigo, canela, aceite de aguacate, leche de vaca, azúcar, huevos, polvo para hornear… no creo haber olvidado nada … espero. 😉

En medio del sabroso olor que queda en todo mi apartamento, las habladurías y risas de mis amores, y mi ropa y cabello comunmente lleno de harina y tal, cada panecito o torta o postrecito me trae cosas mágicas de las que en ocasiones agradezco en mi oración con mi Creador. Hasta la persona más brava en casa, y hey!, no siempre soy yo, el olor de una galleta horneada le cambia la cara. Tienen que sonreirse conmigo si quieren de mis panecitos. Generalmente lo logro, y a ellos les conviene. A veces la satisfacción que da meter las manos en las masas, oler ingredientes mezclados y jugar a poner distintas decoraciones me llevan a momentos de mi pasado que siempre añoraré, sea porque estuve con mi madre, mi abuela o alguna tía querida de quienes guardo tanto admiración y respeto el estar en la cocina. Sin lugar a dudas, hornear se ha convirtió en un momento de escape… yo puedo estar agobiada o pensativa sobre algo, o confusa respecto a alguna decisión que tenga que tomar… como me pongo tensa e hiperactiva, me voy a hornear. “Qué les gustaría que les hornee hoy amores?”, suelo preguntarle a mi familia. “Lo que tu quieras que sea rico”, suelen responder. El olor de lo que horneo tiende a veces sacarlos de sus habitaciones más rápido que cuando les pido un favor; yo me sonrio verlos sentados en la sala o en el comedor esperando por su aperitivo.

Y así me quedo antes de cortarla como la viste en la foto principal del artículo. Sí, se me estaba quemando. Quedó rica rica. Tostada por fuera y aceitosita por dentro con un delicioso sabor a varias nueces distintas. Yum!

Luego que lo que queda son platos sucios, yo quizá cubierta de harina, pero con mi cara redondeta y bien brillante y feliz, declaro mi misión cumplida. Y además, suelo incluso tener respuestas y nociones más claras a algunas cosas en las que pensaba. Me desestrezo por un lado, me alivia ese momento; me engordo por otro, y me hago la que no sé. La vida trae tantos deliciosos contratiempos que hacen que podamos darnos esa oportunidad para apreciarlos. Hornear seguirá siendo complicado en muchas cosas para mí, pero también es ese recordatorio sabrocito para sacarme de un mundo muy real y relajarme en esas historias del pasado y descabelladas narrativas que me invento a veces del futuro. ,

Que valiosos instantes. Se aprecia lo que uno come de maneras tan diferentes. Consumes cada bocado con lentitud, porque ¿qué sentido tiene a veces andar todo el tiempo corriendo sin saber por qué o para qué? 😉

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