Los problemas comienzan por el amor y la cercanía de muchos

Días pasados recordaba cosas de mi familia mientras hacia actividades en casa. Luego decidí llamar a algunos de ellos y enviarles emails a otros para saber cómo estaban y de alguna manera hacerles sentir un poquito de mí, y sobre todo, yo poder sentir un poquito de ellos también. Hace falta cercanía, y somos seres que necesitamos cariñito constantemente.

Y el título de mi artículo de hoy es algo irónico, lo se.

Lo cierto es que cuando estamos lejos físicamente las relaciones se distancían un poco más sentimentalmente (para algunos de nosotros), o a veces hay obstáculos para que nuestros mensajes lleguen como quisiéramos, requieriendo de nosotros un poco más de trabajo poder estar con todos, como se dice, “en la onda”. Y mientras conversaba con un miembro de mi familia, expresé una frase algo así, “Los problemas comienzan por el amor y la cercanía de muchos”.

Cuando estamos solos nos preocupamos de las cosas hasta un punto en donde nos decimos, “esto o aquello lo puedo controlar de esta manera», simplemente lo pensamos y así lo hacemos. Pero sucede que al compartir esa situación y pensamiento con nuestra familia -ya que tenemos conexiones con muchos de ellos con frecuencia, o de plano vivimos con ellos- entonces ese instante hace que la cosa se nos complique un poco más. A medida que vamos conversando y reflexionando en lo que queremos hacer, es frecuente que nuestros sentimientos comienzan a chocar con los sentimientos de nuestros seres queridos -siendo que creen saber lo mejor para nosotros también-. Mientras más personas tengamos cercas, más complicaciones parecen surgir en relación a cómo uno quiere resolver o hacer algo en su vida.

Todos en nuestras familias, generalmente, queremos hacernos sentir que, tal vez con toda sinceridad, nos interesamos de corazón en nuestras cosas – al igual que nosotros sentimos intereses por las de ellos. Nos compartimos, desahogamos, opinamos, o aconsejamos en tantas cosas y ante tantas situaciones. Y sin darnos cuenta, muchas veces ya lo vamos complicando -vale mencionar que algunos disfrutan, después de todo, esas situaciones-. Todos quieren hacerse entendidos o atendidos, de alguna manera. Todos quieren ser participe de lo que uno aspira resolver o cambiar. Todos quieren o aman en niveles distintos que hasta toman decisiones por o para nosotros que nos hacen sentir un poco fuera de lugar; es cierto, queremos compartir con ellos pero experimentamos un desbalance sobre muchas de nuestras cosas personales e individuales igualmente.

¿Qué pasa entonces cuando nosotros estamos lejos? ¿Qué pasa cuando nosotros vivimos en otro lugar, incluso en otro país?

Particularmente, he experimentado que hablamos y nos entregamos en las relaciones hasta donde los medios de comunicación nos permiten -no podemos abrazar a nuestro bello oyente y tenemos que aprender a comunicarnos bien- cosa en la que no todos somos buenos, y luego tratamos de olvidarnos un poco de las situaciones difíciles que pudiéramos estar viviendo en ese momento porque las distancias muchas veces no nos ayudan a poder dar más como quisiéramos; a excepción de enviar una sentida oración, que de hecho es algo muy valioso.

Para algunos, cuando no tenemos a las personas físicamente cerquitas, nuestros conflictos se ven limitados, sea para bien o para mal (no podemos decir todo tal cual nos está pasando, a veces); pero también el amor y los sentimientos se ven afectados. Las distancias van reduciendo aquel nivel de conexión en donde muchas veces con una simple mirada o una sonrisa se pueden percibir nuestras respuestas. Y como seres humanos nos gusta sentir la cercanía cuando creemos necesitarla de alguien en particular, y un teléfono, o una computadora, no siempre apaciguan esas necesidades. Estos dispositivos electrónicos en parte sí que ayudan, pero está ese vacío del tacto para una entrega plena en la conversación -en mi opinión cuando no existía Facebook o Instagram o Whatsapp-, y las pérdidas de elementos esenciales en las charlas suelen ser mucho más frecuentes.

La soledad, la tranquilidad, o el supuesto balance son cosas que aprendemos a manejar por el amor y la lejanía. Muchas veces es necesario experimentarlos porque nos solemos perder al siempre querer vivir o entender la vida de otros, o querer favorecer a otros, al punto que podemos encontrarnos sin saber a dónde vamos.

Amar y tener a nuestros seres queridos cerca es muy importante, sí. Sin embargo, suele pasar que en algunos momentos críticos con ellos nos desequilibramos en puntos que se hacen frágiles como es el carácter y la confianza en uno mismo para tomar decisiones personales y efectivas.

Si tu crees estar viviendo parte de ello -un poco de agobio de familia [risas]-, busca o crea la oportunidad de, por un momento, alejarte de todo y comprenderte a tí mismo/a como un ser que también está lleno de propósitos hermosos – de propósitos individuales. Creo que a la final de este receso, si lo intentas ver de esa forma, nuestros seres queridos se beneficiarán también. Regocijarnos en nuestros pensamientos, alimentarnos de sueños, respetar y liberar puntos de vista, es tan importante para valorar nuestra vida que muchas veces no podemos reflexionar en ello cuando lo único que escuchamos es el bullicio de estar siempre en familia. El amor y la cercanía agobian cuando el descontrol se hace presente en cada momento de nosotros. Claro que sí.

!Que linda es la familia cuando es grande! Es como la corona de un rey con cada piedra preciosa, valiosa, única, pero en momentos suele ser tan pesada que queremos quitárnosla por un rato y dejar de ser un ‘rey’ portándola, y convertirnos en alguien tan común y corriente que no se preocupe por nada más por un momento, que tan solo respirar y mirar.

Qué difícil es a veces para algunos vivir como rey con la familia y mantener la corona en su lugar y a cada piedra preciosa brillando. ¿Tu qué crees?

Ten un gran día, y gracias por visitar este espacio 🙂

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